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Javier Girondo (a la derecha) tomó el relevo del histórico negocio que llevó su padre (primero por la izquierda) durante décadas.
Cierra el Abasolo, el txakoli más antiguo de Bilbao

Cierra el Abasolo, el txakoli más antiguo de Bilbao

El establecimiento de la familia Girondo contaba con más de un siglo de historia y fue punto de encuentro de distintas generaciones

Luis Gómez

Jueves, 16 de febrero 2017, 02:43

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El Txakoli Abasolo, el más antiguo de Bilbao, ha pasado muy malos tragos en los últimos años. Pero ninguno tan amargo como el que le tocó vivir el pasado 5 de febrero, cuando abrió sus puertas por última vez. La familia Girondo, que llevaba las riendas del negocio desde 1933, afrontó el trance como era de prever: preparó, como cualquier otro día, sus famosos pollos asados y derramó lágrimas. «Muchas lágrimas», lamenta Javier, nieto de José, el primer eslabón de una saga que dio lustre a uno de los símbolos más castizos de la hostelería bilbaína que aún quedaba en pie. Con más de un siglo a sus espaldas los últimos regentes lo cogieron ya en funcionamiento, nadie sabe exactamente desde cuándo, fue punto de encuentro de distintas generaciones de vizcaínos.

El Abasolo disfrutaba de algunas de las mejores vistas de Bilbao. Asomado a las faldas de Artxanda, desde el tramo final de la Vía Vieja de Lezama, los clientes tenían carta libre para hacer lo que quisieran. Para comer, por supuesto. Su cocina siempre fue una invitación al deleite. Etxaniz, la matriarca, mostró buena mano con los callos, chipirones, el bacalao al pil-pil, las morcillas «elaboradas con salsa a la vizcaína... No paró de trabajar toda la vida», elogió ayer su hijo. El beber fue otro cantar. Empezaron sirviendo vino, sidra y txakoli hasta que ganaron por goleada las jarras de cerveza, al estilo de los viejos merenderos. Además de dar alegría al cuerpo, al Abasolo se iba a disfrutar.

Casi siempre en familia. Eran otros tiempos. Ya fuese a pie, en coche o funicular, la subida al histórico txakoli era una excursión. Los padres mataban las tardes jugando interminables partidas de tute y mus a la sombra de los plataneros, mientras las madres se sentaban en el poyo del establecimiento aun a riesgo de recibir algún que otro balonazo. Porque la plaza se convertía en un improvisado campo de fútbol para los niños. Por supuesto, el juego de la rana era una de las atracciones de mayores y pequeños, con más de diez mesas en funcionamiento.

El negocio del toldo verde fue viento en popa hasta que empezó a torcerse por culpa del boom inmobiliario. Una constructora obtuvo permiso en 2010 para demoler el viejo restaurante además de otro edificio emplazado en un terreno colindante de fuertes pendientes y levantar 120 viviendas. La operación urbanística, que contó con el visto bueno del Ayuntamiento, encalló, pero fue la puntilla para el establecimiento.

«Servir platos económicos»

La crisis hizo el resto. «Tuvimos que empezar a servir platos más económicos porque la gente miraba el dinero y ya no gastaba tanto», confiesa Javier. Los pisos previstos siguen sin levantarse, pero el desánimo cundió en los Girondo al no tener ninguna certeza de que pudiesen amortizar la «costosa reforma» que exigía la puesta a punto del legendario txakoli. Así que hace once días, tras numerosas dudas y «muchísima pena», tiraron por la calle de en medio y dieron portazo a una historia más que centenaria.

Ha llovido mucho desde entonces, pero casi nada ha cambiado por el número 98 de Vía Vieja de Lezama. El Abasolo sigue igual. «Era lo que siempre quería la gente: volver y encontrarse con el lugar de toda la vida», asiente José, de 87 años. Anclados siempre a las raíces, los Girondo crearon en 1992 otra tradición que han mantenido hasta el último de los días. Cada vez que el Athletic marcaba un gol, Javier o su amigo Andoni tiraban desde la terraza un cohete. Los gastos pirotécnicos corrían a cargo de la peña Zipunpa, que, al igual que la agrupación vecinal Gure Etxea, tenía su sede en el Abasolo.

Pero la pólvora se ha mojado. Lejos quedan los tiempos de cuando José bajaba «con el burro a la fábrica de La Salve» a comprar cervezas y barras de hielo. O cuando en verano preparaban espectaculares sardinadas y chocolatadas animadas por titiriteros. En fiestas organizaban los concursos de bacalao o por Nochevieja hasta 37 miembros de la saga se juntaban a cenar en el txakoli. «Hacíamos de todo, hasta txarribodas. Había mucha gente en Bilbao que no pisaba más bares que el nuestro», esgrime Javier, que ayer a mediodía tomaba el sol junto a su padre y varias tías suyas delante del local. Sólo Txiwi, la nueva mascota de la familia, vivía ajena a la desaparición de otro emblema de la hostelería de la villa.

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