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Jueves, 9 de febrero 2017, 12:47
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El pasado jueves, Théo, un joven negro de 22 años, fue golpeado y violado con una porra. Supuestamente, los autores de la agresión son cuatro policías que procedían a identificar a un grupo de chicos en Aulnay-sous-Bois, un municipio en el extrarradio de París. Desde entonces, Francia es un polvorín. Siete días después y tras varios episodios de violentas protestas que se han extendido a otros puntos de la ciudad, dos jóvenes han sido condenados a seis meses de cárcel por participar en las algaradas, lo que ha contribuido a incrementar la rabia entre la población de los suburbios de París. Todo ello, a pesar de que la víctima de la brutal agresión ha hecho un llamamiento a la calma desde la cama del hospital donde se recupera de sus lesiones. «Tíos, 'stop' a la guerra. Estad unidos. Quiero encontrar el barrio como lo dejé», ha pedido Théo, al que han practicado un ano artificial, ya que sufre una «sección del esfínter anal» con una lesión de diez centímetros de profundidad, según el parte médico.
La víctima asegura que fueron cuatro los policías que le causaron las lesiones. «Me pidieron que pusiera las manos en la espalda y, esposado, me dijeron que me sentara. Me lanzaron gas lacrimógeno y me golpearon, y al sentarme sentí un terrible dolor en el trasero», según las declaraciones a las que ha tenido acceso la cadena de televisión BMFTV.
Tres de los agentes han sido imputados por violencia voluntaria y uno por violación. Además, todos ellos han sido suspendidos del servicio de forma preventiva. El juez instructor estimó que las heridas en el recto no podían obedecer a un porrazo involuntario, según asegura el presunto agresor, que se expone a una condena a 20 años de prisión.
La sociedad civil, las autoridades y la clase política, con la excepción de la ultraderechista Marine Le Pen -quien dice apoyar por sistema a las fuerzas de seguridad hasta que se demuestre su culpabilidad-, han expresado su indignación. El propio presidente, François Hollande, ha visitado en el hospital a la víctima y ha alabado su talante conciliador. Tras el caso subyace el temor a que la chispa incendie, como en 2005, el polvorín de los guetos étnicos a tres meses de las presidenciales.
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