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Lavardens.
Gers, la cuna de los mosqueteros

Gers, la cuna de los mosqueteros

Un recorrido sin prisas por el corazón de la Gascuña, la tierra de la que partió D´Artagnan, en la Francia rural y profunda

Pedro Ontoso

Viernes, 17 de abril 2015, 00:20

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El Gers es el corazón de la Gascuña. La tierra del intrépido D'Artagnan, inmortalizado por Alejandro Dumas en su famosa novela -a los mosqueteros los conoció en el París del cardenal Richelieu-, afila sus encantos entre la cadena de los Pirineos y el caudaloso Garona. Y, al igual que las espadas de estos héroes de leyenda, van directos al corazón. Viñedos, bosques, colinas e inmensas tierras de cultivo que pasan del amarillo al verde en una sinfonía de colores que lo mismo arrulla que deslumbra. Un paisaje salpicado de granjas, bastidas, castillos, torres, iglesias y abadías que despiertan el interés por la historia que atesora en su memoria lo que se conoce como 'la Toscana francesa'. Y la analogía le viene como un guante. Pero tiene otro sabor.

Nuestro viaje lo comenzamos en el País Vasco con un destino fijo para ubicar el centro de operaciones: Condom, un pueblo que, más allá de la anécdota del nombre, está estratégicamente situado. Al menos, para el itinerario que nosostros nos habíamos fabricado. Cruzamos la muga en dirección a Pau -luego regresaríamos por Mont-de-Marsan, en un bucle inolvidable- y después de pasar Orthez -recomendable la visita- a la altura de Lescar dejamos la autopista para subir hacia Air-sur-L'Adour, Nogaro y Eauze. Enseguida te sumerges en la Francia rural y profunda. Granjas, vacas, patos y ocas te saludan entre carreteras comarcales y suaves colinas onduladas. La primera parada para comer, en la pequella villa de Nogaro, te anuncia que has entrado en la tierra del foie, muy bien preparado en lo que parecía un humilde plato del día.

La siguiente parada es Larressingle, una antigua fortaleza medieval que domina una colina sobre extensos sembrados y algún pequeño lago. Por un momento, retrocedemos en el tiempo. Hay una exhibición de cetrería en los prados cercanos con rapaces altivas, pero obedientes, que van y vienen entre el bosquecillo cercano su adiestrador. Sobre alguna loma sobresalen ya las cepas del Armagnac que muy pronto formarán parte del paisaje. Al lado está Condom. Como es domingo, la gente sestea junto a un lago de sauces, muy cerca de donde destacan las estatuas de los tres mosqueteros. El hotel Les trois Lys -un caserón del siglo XVIII con parking privado- es un buen alojamiento, aunque la zona ofrece fórmulas muy variadas para la estancia. Una cerveza 'brune' junto al río, sin prisas, es una buena forma de acabar la jornada, repasando la hoja de ruta para los próximos días mientras el centro histórico se alertarga. Muy cerca están Saint-Puy y Fourcés.

Picasso, entre abadías y fortalezas

Con el rocío de la mañana salimos en dirección a La Romieu, una espectacular colegiata de arquitectura gótica meridional, incluida en el Camino de Santiago. Su peculiar torre octogonal sobresale entre la campiña, entre extensos campos de cultivo. Los ojos curiosos de un pequeño cervatillo nos escrutan antes de salir disparado entre la bruma cuando paramos el coche para hacer la primera foto. El claustro con arcadas geminadas es espectacular. Ahora estamos en lo alto de la torre y las vistas son magníficas. En efecto, el Gers se parece a la Toscana.

Un paseo por el pintoresco pueblo, salpicado de estatuas de gatos, nos acerca a la leyenda de la pequeña Angéline. En tiempos de hambruna, la niña salvó de la muerte a muchos gatos cuando los lugareños apenas tenían para comer. Después, fueron los gatos quienes salvaron a los vecinos de una muerte segura al ahuyentar a los ratones que habían invadido sus graneros. Ahora, los de carne y hueso campan a sus anchas por los jardines y se asoman entre los visillos de las casas.

En Valence-sur-Baïse hay otra joya que merece la pena visitar. Se trata de al abadía cisterciense de Flaran, fundada en 1551. Llaman la atención el claustro gótico, la iglesia románica, el refectorio de los monjes y un amplio jardín de plantas aromáticas y medicinales. Su interior esconde una grata sorpresa para los amantes del arte, la colección Simonov, con obras de Picasso, Renoir, Matisse, Cézanne, Monet, Braque, Tiepolo...

En Montreal, un pequeño pueblo construido sobre un castro rocoso, se puede visitar una villa galo-romana, Seviac, en la que habitó una familia rica. Las excavaciones permiten reconstruir lo que fueron las habitaciones de la casa y se conservan restos de mosaicos y parte del complejo termal. También hay dos pequeños esqueletos en un pequeño sarcófago. Al enclave se llega por un estrecho camino que trepa sobre una ladera soleada y apacible en la que sestean las cepas de armagnac. Las uvas, arrulladas por un clima bonancible, incuban con calma todos los matices que luego alumbrará ese recio aguardiente con color, aroma y riqueza de sabores que lo hacen tan característico y le confieren tanto poder. Lo venden por toda la región a precios muy distintos según su edad. En Condom le han dedicado un museo.

Dedicamos otra jornada a recorrer los campos, sin prisas, y a conversar con los granjeros, antes de acercarnos a la impresionante fortaleza de Lavardens. Nos sorprende que en algunas zonas se hable español. Me explican que muchos exiliados se afincaron aquí tras la Guerra Civil. El castillo domina la campiña gascona. Los muros son gruesos y una escalera de caracol te lleva hasta el tejado. Salimos a la terraza y las vistas sobrecogen. El pueblo se acurruca a sus pies, con casitas de cuento repletas de flores. La silueta del pueblo se recorta, altiva, desde un cercano campo de cerezos en flor, que han roto en el comienzo de la primavera. Hay que pararse, sentarse y disfrutar de la naturaleza. Este paisaje limpia el alma.

La visita a Auch es obligada. La jornada incluye paradas en Fleurance y Lectoure -tiene una torre imponente-, pero el plato fuerte es la capital episcopal. Cumplo con el ritual de subir las monumentales escaleras sobre las que destaca, arrogante, D'Artagnan, antes de entrar en la catedral de Santa María para disfrutar de sus valiosas vidrieras, obra del maestro Arnaud de Moles. El coro de madera de roble, con 1.500 figuras talladas, es un tesoro que pide detenerse con calma. Luego, un paseo tranquilo por las callejuelas de la ciudad antigua y las 'pousterles', las callejas con escalones que descienden a la ribera del Gers. La comida, en La Table D'Oste, para saborear los productos gascones en un ambiente familiar. Nos perdemos por las carreteras comarcales, entre suaves crestas y colinas, entre campos amarillos y viñedos. ¡Qué paz!

La leyenda de Fleurette y Nérac

Las vacaciones se acaban. Hay que regresar a casa, pero se puede estirar un poco el itinerario de vuelta. Lo hago por Nerac, un pueblo encantador a orillas del Baïse, ya en el departamento de Lot y Garona. Recorremos el casco antiguo, salpicado de fachadas con entramados de madera, admiramos el puente gótico y saboreamos el olor de los muelles en el viejo puerto fluvial. Luego subimos a la zona alta desde donde se divisa una postal espectacular de la ciudad que eligieron Enrique IV y Marguerite de Valois para instalarse. Lo hicieron en el antiguo feudo de los señores de Albret, un castillo que destaca por su larga galería en el ala renacentista.

Aloja ahora un museo sobre la familia Albret y las vicisitudes que vivió este enclave de la mano de la reina Margot, cuya leyenda negra alimentó la pluma de Alejandro Dumas al presentarla como una conspiradora con una vida sentimental atípica. Volvemos a toparnos con la literatura romántica del padre de D'Artagnan y los mosqueteros. La imaginación se funde con los datos históricos en la corte de aquellos tiempos turbulentos, entre las intrigas políticas y el mecenazgo cultural de la Francia del 'ancien régime'.

Como hace calor, buscamos la sombra en el parque real de la Garenne, un largo paseo junto al río repleto de pájaros, árboles de todas clase, estatuas y fuentes. Llama la atención La Fontaine de Fleurette en la que duerme su sueño eterno la escultura de una joven tumbada sobre el suelo. El rincón es muy romántico y esconde una leyenda. Fleurette era la hija del jardinero del rey y fue el primer amor del príncipe de Béarn, futuro Enrique IV, que recaló en Nérac en 1565 para conocer la corte de Navarra. Él tenía entonces 12 años y ella 14 y se quedaron prendados el uno del otro, según el relato de Etienne de Jouy recogido en La France pittoresque. Se veían de manera furtiva junto a esta fuente del parque. Cuando el tutor los descubrió, envió al príncipe a Baiona. Regresó quince meses después y ambos se dieron cuenta de que era un amor imposible. Fleurette le prometió a Henri de Navarra que siempre permanecería allí, esperándole. Una noche apareció muerta en el fondo del estanque de la fuente que acogió su amor furtivo. Y, en efecto, allí sigue la estatua esculpida por Daniel Campagne en 1896. La zona está llena de parejas, aparentemente correspondidas.

Ponemos proa a Mont de Marsans y las Landas. Desde la carretera me llama la atención una pequeña ermita con esculturas en forma de bicicletas. Es Notre-Dame des Cyclistes, la antigua capilla de Géou, consagrado a la patrona de los amantes de las dos ruedas. En su interior cuelgan maillots de figuras legendarias, como Anquetil, Hinault, Poulidor, Mercksx o Luis Ocaña. El de Armstrong fue retirado el 26 de octubre de 2012 tras perder sus títulos. Estamos ya en la comuna de Labastide d'Armagnac, un coqueto enclave que nunca defrauda. La muga está a dos pasos.

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